sábado, 16 de febrero de 2019

Homilía de Mons. Rubén O. Frassia en Parroquia Nuestra Señora de Lourdes

Queridos hermanos:

Me gustaría ser sintético y breve en esta celebración, porque  creo que las cosas grandes y las cosas profundas deben ser simples y deben dejarnos para la reflexión y para la oración.

En primer lugar, Dios hace todo y ha querido entregarnos a su Hijo, el Verbo, por medio de esta mujer que es María. Ella, en atención a su Maternidad Divina, ha sido concebida sin mancha de pecados original y María es elegida para ser Madre de Dios.



Luego, nuestra devoción a María no es una necesidad de nuestras carencias afectivas, sino que es una realidad objetiva propuesta por Dios; el Verbo se hizo carne en el seno virginal de María, y esto es objetivo y concreto; donde la Madre de Dios está muy unida a Cristo y donde Cristo se alimentó y se nutrió del plasma y la sangre de María. Misterio único, insondable, incomparable; la belleza y la bondad de Dios expresada por manos de María.

Dios, en su infinita misericordia, nos va concediendo gracias y ternuras muy especiales. Nos da, nos ofrece su gracia por la presencia misteriosa de María en esta advocación; hay otras apariciones, pero hoy destacamos Nuestra Señora de Lourdes quien elige a tres niñas pequeñas y se manifiesta diciendo “yo soy la Inmaculada Concepción”

La Virgen aparece y se presenta en un momento de tremenda dificultad. Y yo creo que hoy nuestra sociedad, nuestra patria, nuestras familias, las personas mismas, el mundo entero, estamos muy necesitados y debemos recurrir a la gracia de Dios por intercesión de la Virgen María.

Ella es patrona de los enfermos; pero cuando hablamos de enfermos, ¿de qué tipo de enfermos hablamos?, ¿o de qué enfermedades hablamos?; enfermedades físicas, enfermedades psíquicas, enfermedades espirituales, enfermedades morales; dolores tremendos que azotan a muchísimas personas en su historia, en su infancia, en su vida, en la sociedad, en su familia ¡y tantas cosas más!, ¡tantos dolores!

La Virgen tiene una capacidad inmensa de recibir nuestro pedido y de recibir también nuestra intercesión. Queremos pedirle hoy a María ¡por tantas enfermedades!, ¡por tantos enfermos!, que muchos de ellos, estando enfermos ¡enferman a los demás!, y estando enfermos, muchas veces, no reconocen que lo están.

Hay que pedirle para vivir de un modo saneado, para vivir la recuperación, para vivir la transformación, para que nuestras familias vivan en serio, para que las personas vivan en serio, para que la Iglesia viva en serio, para que todos -en nuestra querida patria- vivamos en serio, que no se mienta más y que se nos trate a todos con honestidad, con respeto, con justicia, con laboriosidad y con proyectos. A veces se nos engaña tirándonos un poco de migajas para que las cosas sigan igual.

Hoy le pedimos a la Virgen que Ella, con su ternura de madre que es, que cure a tantos enfermos, que de consuelo a los que están tristes, que de fortaleza a los que están agobiados, a los que les pesa la cruz, la cruz de ellos y a veces la cruz de los demás. Si María le pide a Jesús que transforme el agua en vino, ¿ustedes creen o no que -si la Virgen pide a Jesús- no va a transformar la vida de muchas personas y de muchos hombres? ¡Si, va a transformar!, pero hay que pedirlo con fe.

Aquí me planto, aquí me callo la boca. Que en el silencio de estos  breves segundos o minutos le pidamos a Jesús, por medio de la Virgen, por toda nuestra gente para que la luz y la gracia brille en el corazón de todos nosotros.  Que así sea.

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