¡Qué simple pero qué real! El buen trigo y la cizaña. La cizaña puede venir de afuera, cuando otro te puede sembrar la duda, te puede perturbar, te puede ensuciar, desestabilizarte o tentarte en muchas cosas; pero también es cierto que la cizaña puede salir de lo más profundo de nuestro corazón. Por eso el ser humano siempre es un misterio de luces y sombras, cosas buenas y también algunas cosas negativas.
Frente a esta constatación, esta tensión, esta dualidad, no ontológica -pero sí una tensión entre lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira, la gracia y el pecado- está la paciencia de Dios enfrentada a nuestra impaciencia. Paciencia de Dios que espera hasta el final y nuestra impaciencia donde no soportamos ver el error en otros, o no soportamos ver nuestras propias fragilidades; es así que frente a esta visión negativa uno sucumbe, pierde la esperanza, pierde la constancia y pierde la perseverancia. Es importante la actitud de paciencia de Dios y también de nuestra perseverancia.
El perdón de Dios viene siempre, vence siempre, viene para todos, no excluye a nadie y ningún pecado puede romper el puente de la misericordia de Dios. Como decía San Juan XXIII “Dios es la dulzura y esa es la plenitud de la fuerza”, también nosotros tenemos que ser suaves y dulces con nuestros hermanos. Recordando a San Francisco de Sales: “una gotita de miel reúne más que un tonel de vinagre”
Pidamos al Señor sabiduría, paciencia, pero siendo conscientes que todos tenemos un regalo, un don, y además una respuesta y una responsabilidad. Que prevalezca en nosotros el bien y vaya disminuyendo considerable y notablemente el mal en nuestras vidas.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Mons. Rubén O. Frassia
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